Muñecos porfiados:
Guignol, Punch y los pupi: los títeres no pierden la cabeza
Recuento de una breve gira por cuatro países europeos muestra que
los títeres no pierden vigencia, pero han perdido el sabor popular
de hace un siglo.
Texto y fotos de Abraham Santibáñez
En medio de los trastornos de la Revolución
francesa, cuando la odontología todavía no salía de
su etapa más primitiva, Laurent Mourguet no encontró mejor
oficio que el de sacamuelas. Para aplacar temores y dolores de
sus pacientes, se le ocurrió entretenerlos con títeres de guante.
Así, como lo destaca un busto suyo levantado en una placita de la
ciudad vieja de Lyon, se adentró en el camino de la inmortalidad.
Nadie lo recuerda como dentista. Pero sí como el padre de Monsieur
Guignol, el típico títere de Lyon, y su pandilla de pillos
simpáticos que encabezan su compadre Gnafron y su mujer, Madelon.
Igual que los ingleses Punch y Judy, todos ellos son adaptaciones locales
de Polichinela, de origen italiano. Su lenguaje y sus temáticas (amores,
traiciones, engaños y un permanente desafío a la autoridad)
están destinados principalmente a adultos y no siempre resultan aptos
para los oídos infantiles. Ello explica, probablemente, una
evolución, cada vez más evidente en todo el mundo, hacia
títeres y marionetas de juguete, con rasgos suaves, que esconden el
alcoholismo de Gnafrón, la dureza de Madelon, o la rudeza del propio
Guignol, que impone a palos la autoridad en su hogar.
Al mismo tiempo, otra vertiente, más restringida, se interesa por
el rescate de las raíces históricas.
En Europa la historia de las marionetas se remonta a la Edad Media, cuando
se enseñaba el Catecismo por medio de muñecos.
Marioneta viene de Pequeña
María, por la Virgen María, una de las figuras
más populares de ese tiempo.
El espectáculo, mudo al comienzo -escribió
Genevieve Petit en su obra "Faites des Marionnettes"- incorporó
más tarde un narrador a fin de que todo el mundo pudiera comprender
la acción compleja y a menudo cargada de símbolos. Más
tarde, (los muñecos) se pusieron a hablar y a cantar, con o sin
acompañamiento de orquesta
Todo esto lo actualizan y resumen los responsables de la más famosa
compañía del mundo, las Marionetas de Salzburgo, con una
enfática afirmación:
Si alguien cree que el teatro de marionetas es sólo para
niños está profundamente equivocado. Aquí las óperas
que se presentan en los más famosos teatros del mundo son interpretadas
por las marionetas con las mejores grabaciones disponibles. Por supuesto,
las funciones de la compañía constituyen una manera ideal para
introducir a los niños al mundo de la ópera.
Arte antiguo
Diversas investigaciones coinciden en que las raíces del teatro de
títeres se remontan al comienzo de la historia:
"El hombre prehistórico, señala la autora Petit,
debió observar su sombra y las de los suyos sobre los muros
de su cueva o de su refugio entre las rocas, ya que el fuego estaba generalmente
a la entrada o en las afueras de este refugio. A partir de estas sombras,
empezó sin duda a buscar otros motivos para imitar. (...)
Podemos imaginar cómo de pronto alguien descubrió que
con sus manos podía crear sombras semejantes a figuras de animales.
(...) Recordemos que el fuego y la oscuridad poseen una rica
carga simbólica. Ambos favorecen la reflexión y la meditación
y están íntimamente ligados a la magia y a la vida espiritual.
Esta es, sin duda, la razón por la cual los temas de las presentaciones
primitivas son metafísicos o religiosos. Las marionetas mismas se
convierten en figuras sagradas".
En Egipto, Grecia o Roma, dicen los historiadores, se han encontrado sepulturas
de niños con muñecos articulados. Hay constancia en textos
de Herodoto y otros autores de la existencia de espectáculos en los
que se empleaban grandes marionetas. Eran, dice Genevieve Petit, "juegos
populares muy apreciados por el gran público".
Desde entonces, aunque ha pasado mucha agua bajo los puentes del mundo entero,
lo que comúnmente se conoce como teatro de muñecos ofrece variadas
posibilidades.
El teatro de sombras, una especialidad cultivada con pasión en muchos
países, se enlaza directamente con las figuras accionadas por varillas
en el teatro clásico de Indonesia. Pero las formas más populares
en Occidente son, sin duda, el teatro de guante (los "títeres" propiamente
tales) y las marionetas manejadas con hilos.
Un gran cambio
En occidente, este mundo ha sufrido una profunda evolución desde su
modesto nacimiento como un oficio, tal como lo practicaba Mourguet o Faustino
Duarte y otros colegas portugueses de tiempos posteriores o los pupari de
Sicilia, que recorrían la isla en carritos bellamente adornados,
Hacia fines del siglo XIX, este arte popular dio un salto a otros niveles
sociales, compitiendo con los más sofisticados juegos de muñecas.
Fueron años en que los impresores alemanes rivalizaban en la entrega
de obras para representaciones familiares en teatritos fáciles de
armar en casa con escenografías adaptables. Pero la bonanza, que se
prolongó por parte del siglo XX, terminó por hacer crisis con
la irrupción primero del cine y después de la televisión
y, ahora, de los juegos electrónicos.
Hoy día, el teatro de muñecos se ha encontrado refugio en algunos
magníficos museos como los de las Marionetas (los hay en Lisboa y
en Palermo), el de Gadagne (Lyon) o el del Covent Garden (Londres), estos
dos últimos no exclusivos.
En todos ellos hay exponentes propios de cada localidad o región.
Son muñecos de madera o de guante, según el caso, que también
se asoman al escenario: los pupi de Sicilia reviven las luchas de los
paladines de Carlomagno contra los moros; Punch
y Judy y Guignol y Gnafron recuerdan sus épocas doradas del pasado.
En Palermo y en Lyon, por lo menos, hay representaciones permanentes de los
personajes clásicos, igual como sigue ocurriendo en Austria (las ya
mencionadas Marionetas de Salzburgo) o en Praga.
Los últimos sobrevivientes
En
Palermo subsisten varias compañías. Es un débil recuerdo
de lo que había hace un siglo cuando, según hace notar Janne
Vibaek Pasqualino, directora del Museo de las Marionetas, existían
no menos de 25 teatros en toda la isla. Se publicaban decenas
de romances populares de caballería en fascículos semanales.
Eran comprados no solamente por los pupari (marionetistas) que
sacaban los textos para sus espectáculos, o por los cantastorie
(contadores de historias) que recitaban u cuntu en las plazas, sino
también por un gran número de lectores apasionados... Las historias
más apreciadas por el público eran aquellas de Carlomagno y
sus paladines, pero el teatro de pupi proponía un repertorio que
incluía también historias de bandidos, dramas de Shakespeare,
vidas de santos, etc.
El repertorio, en los teatros de Lyon es menos variado en cuanto a personajes:
gira como muchas otras actividades de la ciudad en torno a Guignol
y sus trasnochadas aventuras junto a Gnafron en permanente lucha con Madelon.
Con ellos tres como protagonistas, se conocen decenas de obras, de trama
algo ingenua, pero que permiten alusiones a los temas de actualidad
política y, en los circuitos turísticos, la interacción
con el público.
Parte de la tradición indica, además, que tras los bastidores,
al final de cada función, los titiriteros, sea en Palermo o en Lyon,
explican su trabajo a los espectadores. En Palermo, en la mejor vena de los
cantastorie, que hacían sus relatos en ferias aldeanas,
Vincenzo Argento y su familia brindan, además, con un suave licor
local que comparten con el público.
La pregunta no respondida, claro, es qué nos depara el futuro. El
agotador trabajo artesanal representado por la confección de los
títeres, más el esfuerzo físicos de las actuaciones,
parece fuera de lugar en tiempos de la computación, internet y de
los efectos especiales hechos electrónicamente.
Un moro que, literalmente, pierde la cabeza en una representación
en Palermo, implica un trabajo repetido en cada función, lo mismo
que los estrepitosos choques de sus espadas aceradas o las arremetidas de
los paladines. Cada telón ha sido pintado y repintado- a mano
por una raza en extinción: los pupari sicilianos, los titiriteros
andariegos de Portugal, Francia o Inglaterra. Sólo quedan algunos
que, como en todo el mundo, se esfuerzan por mantener la tradición.
Lo único que no han perdido, y eso es fácil de apreciar, es
el entusiasmo.
Historia de una marionetista precoz
Ana María Allendes es, probablemente, una de las personas que más
sabe de títeres y marionetas en Chile.
Lo que empezó con un curso en el Instituto Cultural de Las Condes,
lo ha ido profundizando con años de práctica, docencia e
investigación. Ha formado la tercera biblioteca privada más
importante de América Latina en la materia; estableció una
fundación destinada a la dignificación del teatro
de muñecos; ha hecho clases en la Universidad Diego Portales
y ha dictado conferencias en otros centros de estudios de todo el país.
También ha viajado. Por su participación en Unima, la Unión
Mundial de la Marioneta, estuvo en Japón y Francia y en otras reuniones
internacionales en América Latina. Por invitaciones de los respectivos
gobiernos ha llevado sus espectáculos a la India y a Israel. Actualmente
es Presidenta de la Comisión para América Latina de Unima.
Ana María, que ha contado una y otra vez que descubrió su
vocación cuando vio en el Teatro Municipal de Santiago La
Flauta Mágica con las Marionetas de Salzburgo, sentía
que le quedaba pendiente una importante visita en su agenda. En 2001, cuando
empezaba el otoño en Europa, finalmente cumplió lo que era
un sueño y -tal vez- una obsesión. En septiembre de ese año,
al terminar la temporada en su majestuoso teatro a orillas del Salzach, un
plácido río que cruza Salzburgo, Ana María se
entrevistó con Gretl Aicher, actual directora de la compañía,
y luego de una visita entre bastidores, tuvo oportunidad de presenciar la
representación del Sueño de una noche de
verano. No sólo eso. Vio las marionetas que habían
estado en Chile en aquellos lejanos años. Y también, en el
pequeño museo de la fortaleza, se dio el gusto de manipular uno de
ellos y traerse, para el Museo de la Fundación, el inolvidable personaje
de La Flauta Mágica: Papageno.
Tres años después, ha hecho una ruta diferente, que es la que
se cuenta en estas páginas, por las tierras de Punch y Judy, Guignol
y Gnafron y los paladines de Carlomagno. A fin de cuentas, precisa, lo que
uno encuentra es la universalidad de este arte y un valioso legado de sus
cultores. |
Abraham Santibáñez, periodista y profesor universitario
de Periodismo está casado con Ana María Allendes. Juntos han
hecho varias peregrinaciones a las fuentes europeas del teatro de muñecos,
la última en septiembre recién pasado.
|