Bush recompone el naipe
Una elección estrecha y discutida llevó al poder a George W. Bush el año 2000. Seis años después perdió su último bastión -el senado- en una elección estrecha, pero sin discusión. En Virginia, el candidato republicano no quiso prolongar la agonía. Cayó de este modo la lápida sobre las aspiraciones de Bush de pasar a la historia como un norteamericano patriota y el salvador de la libertad y la democracia en el mundo. En la placa fúnebre bastaría con una sola palabra: Irak. Más que los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, fue la obsesión con Irak y Sadam Husein lo que marcó el auge y la caída de Bush Jr. como Presidente. Desde su triunfo, se supo que tenía un complejo freudiano por hacer lo que no había logrado su padre: invadir Irak y derrocar a Husein. El ataque terrorista contra las Torres Gemelas le dio una base argumental razonable, aceptada con emoción por sus electores y por mucha gente en el mundo entero. Partió por Afganistán, pero su objetivo final era Irak. Así lo hizo. El 2003, pese a los informes en contrario, aseguró que el dictador iraquí tenía armas de destrucción masiva y, además, estaba ligado directamente a Osama bin Laden. Sobre esa base envió a las tropas aliadas a invadir Irak. Era una aventura sin destino. Los electores acaban de escribir uno de sus capítulos finales al despojar a los republicanos de la mayoría en el Congreso. Naturalmente, la historia solo concluirá cuando se imponga la paz en Irak o se retiren las tropas de Estados Unidos. Es más probable que únicamente ocurra esto último. La tendencia, a lo largo del siglo XX, había sido que las guerras las empezaban los demócratas y la paz la lograban los republicanos. Pero desde Vietnam, el aforismo ya no funciona. Esta guerra la iniciaron los republicanos y la van a concluir los demócratas. Tal como están las cosas, es probable que en las elecciones en dos años más, la mayoría en el Congreso se consolide y en la Casa Blanca se instale un demócrata... o tal vez una demócrata. Nancy Patricia D`Alessandro Pelosi, nueva "speaker" (presidenta) de la Cámara de Representantes, y la senadora Hillary Rodham Clinton son las dos cartas más potentes para la lucha por el sillón presidencial. Curiosamente representan a dos extremos geográficos de Estados Unidos: San Francisco y Nueva York. Y, curiosamente también, una tercera mujer, Condoleezza Rice, podría ser su eventual competidora republicana. Aunque la sabiduría convencional dice que la política internacional no influye de manera decisiva en las elecciones en Estados Unidos, es evidente que en este caso Irak fue la motivación principal de los votantes. El Presidente Bush fue el primero en reconocerlo: sacó, en medio de alabanzas, a Donald Rumsfeld del Ministerio de Defensa, convirtiéndolo en el pato de la boda y, a renglón seguido, invitó a la representante Pelosi y al líder demócrata en el Senado a reunirse con él. Olvidó que en la campaña había dicho que un triunfo de sus rivales equivaldría a un triunfo de los terroristas. En cambio, recordó que él ha "estado en la política hace mucho tiempo", por lo cual sabe distinguir perfectamente "el momento en que termina la campaña y empieza la hora de gobernar". Hay temas en los cuales, según los comentarios de prensa, una nueva alineación de fuerzas puede permitir un avance gracias a un eventual acuerdo entre el Ejecutivo y el Legislativo. Pero nadie se atreve a apostar acerca de un gran cambio en la conducción de la guerra en Irak. Eso está por verse, pero es evidente que es lo que pide la gente.
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