En misión de pazCon motivo de mi viaje a Oslo, a la entrega del Premio Nobel de la Paz, mi hijo -un ingeniero que funge como editor de mi página web (http://www.abe.cl)- tuvo la idea de bautizarme como ''corresponsal de paz'' (1). Es una idea peregrina, pero atractiva: tal vez en el mundo hemos tenido más corresponsales de guerra que de paz y por eso estamos como estamos. Lo anterior no significa desconocer los riesgos y sacrificios de los periodistas destinados a informar sobre conflictos a veces lejanos, como fue el caso de William Howard Russell, de ''The Times'' de Londres, quien inmortalizó la carga de la brigada ligera, o muy cercanos como les ha ocurrido a chilenos enviados a Centro América o a revoluciones violentas en países limítrofes. Todos ellos cumplían -como lo hicieron los ocho periodistas asesinados este año en Afganistán- con el deber básico de entregar una información ''leal, veraz y oportuna''. Pero, después de haber estado, un mediodía apenas iluminado por el pálido sol otoñal, en el salón principal de la municipalidad de Oslo, en la solemne ceremonia de entrega de las distinciones a Kofi Annan y a la ONU, creo que también deberíamos redoblar nuestros esfuerzos por dar cuenta de este tipo de situaciones positivas. Permítaseme recordar, en primer lugar, que mi viaje a esas heladas -no es una metáfora- latitudes, era parte de un generoso premio de Embotelladora Andina/Coca Cola. Con gran visión, la empresa auspiciadora decidió que, además de la distinción, se facilitaría al premiado un viaje a la ceremonia anual de entrega del Nobel de la Paz. Y así ha estado sucediendo. Lo distinto este año fue que, con motivo del centenario del premio, tanto en Estocolmo, donde se entrega la mayoría de los galardones, como en Noruega, se preparó el ánimo con exposiciones y conferencias durante los últimos doce meses. Además, para la fecha clave, el 10 de diciembre, que recuerda la muerte de Alfredo Nobel, se invitó a todos los premiados anteriores. La estrella, sin embargo, era Kofi Annan. Y estuvo a la altura de lo que se esperaba de él. Su discurso fue emotivo, pero también realista. En vez del burócrata internacional que uno habría esperado, se mostró como un estadista visionario y, a pesar de los estallidos terroristas (''hemos entrado al nuevo milenio por una puerta de fuego'', dijo), su tono no fue desesperanzado. Inició su discurso planteando lo que parecía un simple recurso retórico: ''Hoy, en Afganistán, nacerá una niña. Su madre la acogerá y alimentará, la cuidará y se preocupará por ella... tal como lo haría cualquier otra madre en el mundo. En estos actos básicos de la naturaleza humana, no hay divisiones. Pero nacer hoy en Afganistán es comenzar a vivir a siglos de distancia de la prosperidad que una pequeña parte de la humanidad ha logrado. ....Hoy las verdaderas fronteras no son entre las naciones, sino entre los poderosos y los que carecen de poder, entre los que son libres y los que sufren opresión, entre los privilegiados y los humillados. Hoy día no hay murallas que puedan separar las crisis de derechos humanos en una parte del mundo de las crisis de seguridad nacional en otra (....) En el siglo XXI, según creo, la misión de las Naciones Unidas se definirá por una conciencia nueva y más profunda de la santidad y la dignidad de cada vida humana, independientemente de su raza o religión.... Debemos enfocarnos, como nunca antes, a mejorar las condiciones de los hombres y mujeres que dan la riqueza y el carácter a un estado o nación. Debemos empezar con esa joven niña afgana, reconociendo que salvar una sola vida es salvar a la humanidad misma. Un genocidio empieza con el asesinato de un hombre. No por lo que ha hecho, sino por lo que es. Una campaña de limpieza étnica empieza con un vecino que se vuelve contra otro. La pobreza empieza cuando a un niño se le niega su derecho fundamental a la educación. Lo que empieza con el fracaso de resguardar la dignidad de una sola vida, a menudo termina siendo una calamidad para naciones enteras. Debemos empezar por entender que la paz pertenece no sólo a los estados o a los pueblos, sino a todos y a cada uno de los miembros de esa comunidad. La soberanía de los estados no debe servir nunca más como escudo para las mayores violaciones a los derechos humanos. La paz debe ser algo real y tangible en la vida diaria de cada ser humano... Desde este punto de vista, agregó, el papel de la ONU tiene tres prioridades claves: erradicar la pobreza, prevenir el conflicto y promover la democracia. Más de veinte minutos después, tras haber repasado su propia vocación y los esfuerzos por cumplir las esperanzas que surgieron con el nacimiento de las Naciones Unidas, Annan retomó el tema del comienzo: ''Hice una referencia a una niña que nacerá hoy en Afganistán. Aunque su madre ponga todo de su parte por cuidarla y protegerla, las posibilidades son de cuatro contra uno a que no llegue a celebrar su quinto cumpleaños... Que lo logre o no es (en este momento) nuestro mayor desafío como seres humanos, de nuestra creencia en la responsabilidad individual frente a los otros hombres y mujeres que viven en este mundo. Es el único desafío que importa. Recuerden a esta niña y también nuestros objetivos más amplios: luchar contra la pobreza, prevenir los conflictos y curar las enfermedades. No parecen lejanos o inalcanzables. En realidad son objetivos muy cercanos. Porque bajo la superficie de los estados y de las naciones, de las ideas y de los idiomas, yace la suerte de los seres humanos necesitados. Responder a sus necesidades debe ser la misión de las Naciones Unidas en este siglo...''. Ser ''corresponsal de paz'' no es fácil ni cómodo. Pero vale la pena intentarlo.
Abraham Santibáñez
Parte de este texto fue publicado en El Sur de Concepción el 22 de diciembre de 2001 |
Nota del Editor:
(1): Se refiere a la página inicial de la edición anterior, disponible en: http://www.abe.cl/ind20011210.html