Lo que la gente quiereEn el debate acerca de la crisis de Canal 13 se han escuchado voces autorizadas que creen que la solución pasa por darle a la gente lo que ella pide. Lo dicen el flamante director de prensa y también un veterano animador que critican sin ambages la pretensión de elevar los contenidos. El tema no es nuevo. Es largo en Chile- como la televisión. Incluso anterior, porque ya el Presidente Jorge Alessandri temía que una televisión abierta, según los moldes de la TV norteamericana de hace casi medio siglo nos fuera a precipitar en el consumismo y en la pérdida de valores. En la alborada del siglo XXI sabemos que la responsabilidad no es solo de la televisión. Pero por ahí empieza un debate inquietante. Sigue, de inmediato, con Internet. Y debería ampliarse a todos los medios de comunicación. Porque, en definitiva a todos ellos afecta la consigna de lo que la gente quiere, bandera de lucha de quienes aparentemente han tenido éxito en este campo tan competitivo y tan ingrato. Pero ¿la gente realmente quiere saber todo acerca del músico y su enamorada y el supuesto fruto de sus amores? ¿O quiere escuchar a los integrantes del circo hablar en chileno? ¿O quiere ver y oír lo que ocurre en nuestras pantallas -incluyendo la que se proclama católica y otra que en Semana Santa le mata este punto- entre las seis y las ocho de la noche? Una breve, muy breve en realidad, experiencia fuera de Chile me demostró que muchos chilenos interesados en lo que pasa aquí, que siguen las noticias por Internet, leyendo los mismos medios que a nosotros nos abruman con las frivolidades, fidelidades e infidelidades del mundo del espectáculo, son capaces de seleccionar lo que de veras les interesa. Nadie sabía, para decirlo con todas sus letras, de la Carlita y de Miguel Piñera ni de otros acontecimientos que deberían estremecer al mundo entero en la perspectiva de lo que uno lee, escucha o ve dentro de Chile. En buenas cuentas, es un público capaz de discernir, que sabe verdaderamente lo que quiere, que no se priva de las copuchas porque estén fuera de su alcance, como estaban hasta fines del siglo XX, sino simplemente porque no le interesan. Puede parecer exagerado y ciertamente lo es. Todos nosotros necesitamos un momento en que nos hablen de cosas que no son serias. Todos nosotros tenemos un rincón de nuestro cerebro destinado a las copuchas y ellas no son malas o negativas. Pero lo malo y lo negativo es que invirtamos las proporciones y nos llenemos el cerebro como muchas veces nos llenamos el estómago con comida chatarra y dejemos poco o ningún espacio a lo verdadero, lo trascendente, lo bello, lo importante. Si creemos que el periodismo tiene una función social, si creemos que no se pueden tomar decisiones de ningún tipo económico, familiar, pero sobre todo político- sin información, es evidente que necesitamos mejores medios o que estos medios dediquen más tiempo y más espacio a estos temas y no lo gasten solo en asuntos marginales, como parecen decirnos los nuevos gurúes de la televisión. Ello es responsabilidad de los medios. Sin duda. Pero hay también una responsabilidad en el público. O los públicos como nos dicen con insistencia los expertos. Corresponde, en primer lugar, a la familia la tarea de educar e insistir en la importancia de una buena información, en la capacidad de seleccionar lo que se ve y escucha, tal como hay preocupación por lo que se lee y lo que se come. Y también la educación, en todos sus niveles, debe ayudarnos a hacer nuestro el concepto clave: la capacidad de discernir.
Publicado en el diario La Segunda, el 17 de mayo de 2002 |