La herencia de Portales
Hombre práctico, no hay textos de Diego Portales con aportes importantes en torno al tema de la educación. Esta ausencia ha penado a lo largo de toda la historia de la universidad homónima, cuya creación, en 1982, se produjo en medio del fervor portaliano del régimen militar. Años más tarde, el historiador Sergio Villalobos pidió una explicación sin lograrla. El entonces rector, Manuel Montt, igual que en sus habituales cartas breves al diario El Mercurio, respondió de manera ingeniosa pero evasiva. Ahora, sin embargo, debido al hallazgo de lo que casi seguramente son los restos de Portales, parece llegado el momento, no de cambiarle el nombre a la UDP, sino de colocar su figura en su justo pedestal. Sobre todo porque el propio plantel ha planteado permanentemente, primero con Manuel Montt como rector y ahora con Francisco Javier Cuadra, que hace profesión de fe del pluralismo y la libertad de expresión. Portales es un personaje apasionante. En el resumen de Leopoldo Castedo de la historia de Chile de Antonio Encina se advierte un respeto reverencial por quien ordenó el caos. Otras consideraciones de este texto clásico apuntan a la intensidad con que Portales se dedicó a su trabajo. Dice que estaba poseído de un furor de bien público y empeñó en ello todo el ardor de su alma desmedida. Y, en forma recurrente, se insiste en su ideal de gobierno impersonal. El debate de estos días nos ha obligado a regresar a una etapa anterior de nuestra sociedad en que todos éramos apasionados historiadores, algunos en serio y la mayoría como serios aficionados. El profesor Pedro Godoy ha dicho que hay varios Portales. No menos de tres. Uno, dice, es el que le da consistencia al Estado. Otro fue el hizo un temprano avizoramiento del imperialismo norteamericano. Y el tercer Portales, conforme este análisis, sería el arquitecto del chilenismo aislacionista que inicia el divorcio del país respecto de Sudamérica. Fue, sin duda, este Portales, el que dirigía los preparativos para el enfrentamiento con la Confederación peruano-boliviana, quien provocó el odio letal de los alevosos asesinos. La dignidad con que enfrentó la muerte y la cohesión en torno a su martirio generaron un efecto que nadie podía imaginar. Por eso los homenajes de sus contemporáneos y la disparidad de opiniones a la hora del balance histórico. Se podría sostener, por ejemplo, que hay un cuarto Portales: el hombre complejo, extraordinario y realmente genial, según lo define Sergio Villalobos. El cual, sin embargo, agrega de inmediato, en sus relaciones personales también era cruel, vividor y muy mujeriego. Hoy día la vida privada de los hombres públicos pasa necesariamente por el escrutinio de los medios de comunicación pero en tiempos de Portales y por muchos años más, en Chile y prácticamente en el mundo entero, no se cuestionaban estas conductas. Por el contrario, hasta no hace mucho tiempo, al revés, se veían como parte de la imagen del macho latino, estereotipo que ganaba votos de hombres... y mujeres. Pero, sin duda, es el primer Portales el que deberíamos valorar: el constructor del Estado, más allá de sus propias convicciones o expresiones. Hay legados que trascienden las debilidades humanas. Este parece ser el caso de la república que nos dejó Portales. Zarandeada por la historia, saboteada muchas veces desde dentro, nos enorgulleció por largo tiempo. Al mirar hacia atrás, vemos que la gran paradoja histórica es que quienes se proclamaban portalianos fueron, al final de cuentas, los que menos respeto tuvieron por su obra y sus principios.
Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en marzo de 2005 |