Intento de respuesta a una interrogante reiterada: ¿por dónde empezar a la hora de reforzar los valores, especialmente entre los jóvenes?
Un conjunto de situaciones ha producido, en los últimos años, una abrumadora aceleración de los procesos de cambio. Al comienzo de la década de los 90, la novedad fue la "supercarretera de la Información" y la Sociedad de la Información. Hoy día casi no se mencionan. Probablemente se les acepta como parte de las nuevas realidades de nuestro tiempo, aunque no sean comprendidos a cabalidad.
Esta desconcertante avalancha de informaciones nuevas es parte de nuestra llegada a la postmodernidad. A ello hay que sumar la pérdida -real o aparente, no está siempre claro- de valores tradicionales muy queridos.
En la última mitad de siglo XX, aparte de las convulsiones políticas, Chile ha experimentado un notable aumento de la población, especialmente en las ciudades; transformaciones profundas de la economía, incluyendo la incorporación de la mujer al trabajo; cambios en los hábitos de consumo, y ha sufrido, sobre todo, el impacto profundo de la innovación tecnológica, como se aprecia en la difusión de la televisión por cable, los teléfonos celulares y la aparición de gran número de electrodomésticos en todos los hogares.
Sin embargo, como lo muestran diversas encuestas, no se puede decir que los chilenos seamos ahora más felices que hace cincuenta años, cuando todavía había doble jornada en la administración pública y en las oficinas y negocios, y el núcleo familiar aparecía como mucho más sólido.
Si se quiere intentar un diagnóstico global de lo que ocurre en Chile -como en gran parte del resto del mundo- se puede decir que una razón de fondo para la intranquilidad de muchos es la sensación de incertidumbre en que estamos inmersos. Ciertas sólidas verdades del pasado ya no parecen tales. Y, al mismo tiempo, desde muchos ámbitos -incluyendo el deportivo, que parecía ser un bastión intocable del fair play- se nos dicen que este es un mundo despiadado donde cada uno debe luchar por su cuenta a fin de escalar posiciones y mantenerlas a cualquier costo.
La "mentalidad ganadora", una proposición inicialmente inobjetable, terminó convirtiéndose -desvirtuada- en un acicate para mentalidades egoístas y trepadoras.
En el mundo de los negocios hay temor de que la globalización produzca el contagio de un virus poco difundido en Chile: la corrupción. En la administración pública se ha repetido tanto la denuncia contra los excesos de la burocratización y la ineficiencia, que se ha perdido el orgullo profesional y funcionario. Y quedan dos campos en que generalmente hay pocos motivos para ser optimistas: la educación y los medios de comunicación social. Los profesores, según insisten, están tan mal pagados que no hay incentivo alguno para lo que hacen. De hecho, las carreras pedagógicas figuran entre las menos valoradas por los jóvenes, que muchas veces ingresan a ellas sólo como premio de consuelo por no haber entrado a profesiones más tradicionales y seguras.
Los medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, pero no sólo ellos, tienen una brújula cuyo único norte es la competencia por el rating y la sintonía, marcados por el signo de la vulgaridad y el sensacionalismo Como toda generalización, este análisis puede ser injusto para muchos sectores de la vida nacional, en los más variados niveles, que nunca han sacrificado su escala de valores o que están reaccionando vigorosamente por reforzarlos. Pero es evidente que la visión de muchas personas es coincidentemente negativa y, si se profundiza un poco, generalmente se llega a la conclusión de que hay una crisis de valores.
Algunos análisis menos sombríos sostienen que, desde el momento en que se está produciendo una reacción cada vez más visible, podemos ser optimistas. Es posible que así sea. Pero es evidente que hay todavía mucho camino por recorrer
Cualquiera sea la visión que uno tenga, hay coincidencia en la necesidad de reforzar los valores fundamentales que durante años rigieron la convivencia social y que ahora perecen perdidos, como se aprecia en múltiples aspectos, desde la violencia en los estadios a la corrupción en altas esferas.
Nuevamente aquí se percibe la importancia de los dos planos más frecuentemente mencionados: la educación y los medios de comunicación.
Cuando se dice que es necesario mejorar la eduación se entiende que no basta con aumentar el número de horas de clases, lo que sin duda es un buen camino. Pero lo que verdaderamente debe importar es qué se hace en esas horas extras, qué se enseña a los jóvenes. Un ejemplo clásico es lo que ocurre en relación a las nuevas tecnologías. Hay consenso en que las nuevas generaciones deben incorporarse lo antes posible al uso de computadores y deben saber navegar en Internet para aprovechar sus ventajas. Pero no es suficiente con que tengan acceso a los computadores y los sepan manejas o sepan conectarse al Web. Es indispensable que sepan qué hacer ahí, que estén advertidos de que, junto a las maravillas de que tanto se habla, hay también peligros de todo tipo. Que una verdadera educación en esta materia incluye las mismas reflexiones que nos hacemos frente a cualquier tecnología, vieja o nueva.
Y está, por supuesto, el mundo de las comunicaciones, que pasa cada vez por internet, la red mundial. Hoy está claro que no basta saber leer y escribir. Es indispensable que el lectores de diarios y revistas, como el auditor de programas de radio o el tele-espectador, esté consciente de que forma parte de un público necesariamente crítico, porque "nada es verdad ni es mentira" enteramente.