Las pruebas de la Casa Blanca
Dicen que el fantasma de Abraham Lincoln se pasea por la Casa Blanca. Pero -que se sepa- no es su recuerdo lo que le pena ahora a George W. Bush. Según puntualizó un comentarista en The New York Times el jueves pasado, en 1991, mientras la operación Tormenta del Desierto estaba en curso, el entonces ocupante de la sede presidencial aseguró que no se podía esperar más para parar a Saddam Hussein a quien describió como un brutal dictador. La promesa no se cumplió. No sólo eso: en los siguientes comicios, los electores lo castigaron por no atender los problemas económicos internos. En vez de reelegir a Bush padre, los norteamericanos optaron por el demócrata Bill Clinton. Para Bush hijo el desafío es complejo. Llegó al poder en condiciones precarias, en una elección plagada de dudas. El nivel de conocimientos de los temas internacionales que mostró en la campaña fue lamentable. Y, aunque no empezó bien, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 cambiaron dramáticamente la situación. Pese a su evidente desconcierto inicial, proyectó la imagen que sus compatriotas necesitaban. Asumió un firme liderazgo que le hizo subir sostenidamente en las encuestas, hasta lograr un histórico triunfo para los republicanos en las elecciones de noviembre pasado. Había cumplido metas con las que no soñaba al comienzo de su período. Podía creerse que ello era suficiente. Pero no fue así. El ambicioso objetivo -ahora- es completar la tarea dejada a medio camino por su padre: sacar del poder a Saddam Hussein. Hace un año incluyó a Irak en el eje del mal en su discurso ante el Congreso. Ahora, reconociendo que la comunidad internacional no lo apoya en plenitud, aseguró que hará consultas, pero que nadie se equivoque: si Saddam Hussein no se desarma... encabezaremos una coalición para desarmarlo, dijo. Quedan en pie dos problemas: la falta de apoyo externo y las dificultades económicas internas. Pero, hasta ahora, nadie cree que pesen lo suficiente en el ánimo de Bush como para impedir la guerra. La reticencia del Consejo de Seguridad -que debería dar la aprobación internacional para el ataque contra Irak- tiene al gobierno norteamericano al borde de un ataque de nervios. Franceses y alemanes todavía están enojados porque los descalificaron como parte de la vieja Europa. En los próximos días, apelando a la estrategia de John F. Kennedy, pese a que era demócrata, Bush volverá a la carga. Como Kennedy en 1962, en la crisis de los cohetes soviéticos en Cuba, anunció que mostrará pruebas fotográficas de que en Irak siguen en pie los arsenales prohibidos. Si los documentos son convincentes -en una era en que hay mucha desconfianza por la manipulación de imágenes y datos digitalizados- el Consejo de Seguridad no tendría más remedio que dar su visto bueno a la guerra. Y ello incluye el voto chileno.
Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 1 de febrero de 2003 |