Equis: la otra cara de las cosas
Reporteras, la reciente novela de Elizabeth Subercaseaux, se inicia con un episodio inverosímil: el reportero estrella de la revista Equis renuncia a un viaje a la guerra en Irak presionado por el amor de su pareja. Posible, pero poco frecuente. Y, menos frecuente aún, pese a las oleadas de modernidad que nos sacuden, que la pareja en cuestión sea otro hombre. Es parte del bien sazonado menú de experiencias e imaginación de la periodista Subercaseaux que se traduce en un libro que se deja leer y en el cual muchos iniciados reconocerán algunos retratos apenas disimulados. Desde el punto de vista del conocimiento del trabajo periodístico, Reporteras, que promete convertirse en tele-drama, es tan válido como Tinta Roja, de Alberto Fuguet, donde se describe el otro extremo social y profesional representado por el submundo de la crónica policial. Las reporteras de Reporteras se mueven en restaurantes del Borderrío, el Sheraton y caminan, cuando caminan, por la Costanera Andrés Bello, mientras que los personajes de Tinta Roja van en el móvil del diario El Clamor a las poblaciones marginales y se emborrachan en La Piojera o sus cercanías. En ambos casos, pese a los velos de la ficción, un periodista con más de cinco años de experiencia reconocerá colegas y situaciones. Y eso entre paréntesis- debería hacer que ambos libros, como otros escritos por autores extranjeros Cartas a un joven periodista, de Juan Luis Cebrián, es quizás es más notable- ayuden a quien se inicia en el oficio a entenderlo y profundizar su vocación. O, simplemente, a buscarla en otros escenarios. Reporteras no es una obra que ganará el reconocimiento de la exigente crítica especializada. Está más cerca del best-seller que se mira a hurtadillas porque a veces nos golpea de cerca. Pero debería tener lectores y lectoras entre quienes han sido fieles seguidores de Cosas y Caras las publicaciones paradigmáticas de la fórmula tres E: Escándalos, Entrevistas y Exterior. Son estas revistas y quienes las crearon y echaron a andar en años difíciles las verdaderas protagonistas del libro, aunque la autora actualiza las situaciones en torno a casos recientes: pedofilia, prostitución de lujo, obispos contra el condón, etc. Pero el trasfondo es el de hace veinte años. Y ahí, por mi propia experiencia, echo de menos algunas cosas. Una revista, sobre todo una de las características de Equis, siempre necesitó de la vida social: son mesas de cuatro patas que quedan cojas con las tres E. Vida social que va desde la más tradicional en Chile a la que, desde finales del siglo XX, se hizo con profusión en las embajadas, centro vital de intercambio de información durante la dictadura. Un director o directora que no asistiese regularmente a recepciones en sedes diplomáticas difícilmente podía saber lo que estaba pasando realmente en Chile. Falta también en el libro de Elizabeth Subercaseaux, una mayor presencia de los abogados especialistas en defensa de periodistas. Naturalmente en los años de restricciones eran indispensables, no tanto en revistas como Cosas y Caras, pero sí en Hoy, Análisis, Apsi, Cauce, y los diarios Fortín Mapocho o La Epoca. Pero en democracia, en un mundo donde la amenaza permanente es de querella, ningún equipo periodístico está completo si no tiene un abogado de confianza. Y, un detalle nada menor: ningún equipo periodístico en Chile está completo si no tiene un junior de confianza. Aparte de un jardinero de fugaz aparición y una secretaria de bajo perfil, en Equis no hay ese personaje infaltable que es más periodista que todos los periodistas y que maneja computadores, teléfonos, pasajes y hasta picadas de comida o trago. Es lo que más echo de menos en este libro.
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