Rosa navega en Santiago
Por un tiempo fue Rosa Enríquez. Pero, para la posteridad, quedó como Rosa Yagán o Yagana, la última de su raza. Sin embargo -según su propio testimonio- su nombre era Lakutaia le kipa. Lo explicaba en forma muy didáctica: Lakutaia es el nombre de un pájaro y kipa quiere decir mujer. Cada yagán lleva el nombre del lugar donde nace, y mi madre me trajo al mundo en la bahía Lakutaia. Por eso me pusieron por nombre Mujer Lakutaia. Así es nuestra raza, somos nombrados según la tierra que nos recibe. Pero ahora todos me conocen como Rosa, porque así me bautizaron los misioneros ingleses que vinieron a enseñar su religión a nuestra tierra. Poco más de dos décadas después de su muerte (en abril de 1983), la historia de Rosa o Mujer Lakutaia ha sido revivida en un teatro santiaguino con emocionado (y emocionante) respeto por la compañía Equilibrio Precario. El montaje, sobre la base de la obra Rosa Yagán, el último eslabón, de la periodista Patricia Stambuk, consiste en una mezcla poco común de recursos audiovisuales. Sucesiva o simultáneamente, el público se enfrenta a una muestra de teatro de sombras, proyección de imágenes en blanco y negro, filmaciones de la década de 1920, hechas por el misionero salesiano Alberto María de Agostini, videos contemporáneos y breves apariciones de actores. La historia gira en torno a los momentos finales de Rosa, lo que permite hacer una recreación de lo que se sabe de su vida, con segmentos grabados de sus propias declaraciones e impactantes escenas que ilustran las leyendas y tradiciones de su etnia, la más austral del mundo. Es, sobre todo, el drama de un grupo humano al cual lo exterminó el choque con la civilización. Para la gran mayoría de los chilenos, se trata de un grupo que no solo está extinto físicamente: también lo está en el imaginario colectivo. Otros pueblos originarios, empezando por el legado que dejaron Alonso de Ercilla y La Araucana, han tenido distinto tratamiento y han impreso un fuerte sello entre nosotros. El mérito de quienes investigaron la historia de los yaganes (sobre todo los sacerdotes Agostini y Gusinde), profundizaron en la vida de Rosa (la periodista Stambuk y otros comunicadores magallánicos) y ahora dan a conocer sus frutos en forma dramatizada (Equilibrio Precario) no es menor. Se inserta en una poderosa tendencia que, en el mundo entero, valora estos relatos, convirtiéndolos en atractivas producciones ancladas en la realidad, reconstruidas con sentido dramático. El filme La Misión es, sin duda, uno de los ejemplos más notables. Pero no es el único. Lo notable de Rosa Yagán son los testimonios documentales de su vida: ella misma se reconoció en las fotografías que tomó de Agostini cuando filmó su documental Tierras Magallánicas. Pero hasta ahora se habían mantenido en un círculo más bien restringido de interesados. Ese es precisamente el peligro de esta producción. Aunque ha tenido difusión en los medios nacionales y se anuncia que estará en cartelera hasta mayo, es de temer que decaiga el interés del público en un plazo relativamente breve. No lo merece una historia que, sobre todo, se define bien como conmovedora. Ni lo merecen quienes la rescataron del semiolvido. Tampoco, la verdadera protagonista: la Mujer Lakutaia.
Publicado en el diario El Sur de Concepción el lunes 5 de abril de 2004 |