Entre la rutina y la humildad
El accidentado paso de Francisco Javier Cuadra por la Rectoría de la Universidad Diego Portales dejó numerosas lecciones. Para mi hay dos especialmente relevantes. La primera tiene que ver con el modo cómo se hace periodismo en nuestro país. El día en que el ex ministro iba a anunciar su renuncia a la Rectoría, nos encaminábamos dos profesores de la Escuela de Periodismo al lugar de la reunión, por calle Ejército, en Santiago. Cerca de la Casa Central del plantel había un enjambre de periodistas que sabían que algo iba a pasar. En ese momento una reportera de Canal 13, ex alumna nuestra, nos pidió nuestra opinión. Mi colega prefirió excusarse. Yo, en cambio, como uno de los firmante de la carta que dio inicio al proceso de salida del Rector después de sus desafortunadas declaraciones sobre lo ocurrido en la noche del atentado contra el general Pinochet, consideré que debía hablar. De inmediato se sumaron todos los demás periodistas: en medio de la sequía informativa, alguien había abierto una compuerta. Mi impresión es que importaba poco que las cámaras y las grabadoras recogieran lo mismo para todos los diarios, radios y canales presentes. Cada reportero tenía -¡al fin!- la cuña que le pedían sus jefes. Felizmente no fue la mía la única voz. Más tarde hablaron personeros más autorizados, principalmente el rector saliente y el propio Manuel Montt, quien, tras un breve intento de dejar el cargo, volvía a tranquilizar los ánimos y a recomponer la buena imagen de la Universidad. Este reporteo en rebaño es habitual. Un vicio, en realidad. Se puede detectar cada noche en la televisión cuando, zapping mediante, tenemos la posibilidad de seguir a los protagonistas de las noticias indistintamente del canal que estemos sintonizando. Puede ser atractivo para el que informa. Pero atenta, obviamente, contra la diversidad esencial de los medios. Si todos entrevistan a las mismas personas y las notas dicen exactamente lo mismo ¿para qué necesitamos más de un canal? El problema no es, por supuesto, exclusivo de los medios audiovisuales. La crítica por la información rutinaria y sin imaginación es un sayo que les cae a muchos. Lo ilustra lo que acaba de suceder con una información proveniente de Madrid. El diario español El País se sorprendió la semana pasada al conocer las revelaciones del embajador chileno en la ONU, Heraldo Muñoz. Citando su libro Una guerra en solitario, el periódico narró el intentó del gobierno de José María Aznar de lograr que el Consejo de Seguridad de la ONU condenara a la ETA luego de los atentados del 11 de marzo del 2004. Como se sabe, este intento, una vez que se demostró que la responsabilidad era de Al Qaeda, dejó un sabor a manipulación y, ese fin de semana, significó la derrota del gobierno de Aznar. Es, no cabe duda, una información importante, que proviene de una fuente autorizada. Lo insólito es el despliegue que recibe aquí en Chile, ahora en enero, tras darse a conocer en Madrid. El libro tan profusamente citado se publicó en septiembre pasado, en nuestro país. Pero en estos meses nadie le dio importancia a su contenido. Esto demuestra que nadie es profeta en su tierra. Ni siquiera nuestro embajador en Naciones Unidas. Y, en lo personal, la segunda lección del affaire Cuadra es que, después de haber hablado ante decenas de micrófonos, convertido en celebridad, una reportera bajita me hizo aterrizar violentamente. Durante casi diez minutos yo había pontificado sobre nuestra Universidad, seguro de ser un protagonista conocido de la noticia. Entonces, muy suavemente, ella me preguntó: Profesor, ¿usted, quien es?.
13 de enero de 2006 |