Lo que sigue son las respuestas a un cuestionario enviado en diciembre de 1998 desde España por una joven periodista. Otros chilenos lo han respondido también, pero a mi me parece que este es un buen resumen de lo que pensamos muchos ciudadanos.
P. ¿Está usted a favor de que se le juzgue a Augusto Pinochet en España? Porque (si/no y donde se le debería juzgar si no)?
R. El problema, para mi, no estar de acuerdo o en desacuerdo. Yo creo que se debe hacer un juicio al régimen militar y a sus responsables, incluyendo al general Pinochet. Lo que lamento es que ello no se haya podido hacer en Chile y que se esté haciendo en otros países, en circunstancias que la ley internacional todavía es imperfecta y poco clara.
¿Por qué debería ser enjuiciado? Ese también es un tema complejo. Como muchos chilenos, en 1973 sentí que la crisis política nos conducía inevitablemente a una solución de fuerza. En la revista Ercilla -en la que era subdirector en esos años- tratamos de mantener el diálogo y la búsqueda de consensos mínimos, sin resultados. Una vez consumado el golpe, aceptamos que las Fuerzas Armadas habían intervenido por un imperativo de conciencia y de buena fe acogimos sus argumentos, incluyendo el Plan Zeta, una invención burda, en la cual hoy nadie cree.
Dicho lo anterior, me parece que muy pronto, después del golpe, la situación varió, incluso para quienes habíamos creído ingenuamente en la justificación de Pinochet y el resto. En octubre, cuando empezaba a producirse un reencuentro a nivel nacional, la llamada "Caravana de la Muerte" del general Sergio Arellano Stark marcó nítidamente la frontera. Desde entonces ya no se trató de recuperar "la institucionalidad quebrantada", sino de imponer un régimen bautizado como "refundacional", que no tenía plazos, sino metas y empezó la sistemática violación de los derechos humanos, incluyendo la tortura, los desaparecimientos y otros crímenes de lesa humanidad.
Entre ellos me resulta especialmente repugnante la muerte de un grupo de campesinos en los llamados Hornos de Lonquén, debido a que en 1978 tuve ocasión de participar en la denuncia que hizo la Iglesia Católica sobre lo ocurrido allí, donde el grupo fue asesinado a mansalva, muchos de ellos siendo enterrados cuando aun estaban vivos.
También debo recordar -porque nos afectaron directamente- las duras y prolongadas restricciones que sufrió la libertad de expresión. Ellas incluyeron clausura de medios, prohibiciones de informar, censura, autocensura y detenciones, querellas ante la justicia militar, relegaciones (exilio interior), expulsiones del país y también desapariciones y muertes.
P. En cualquier caso, el general no tendría que cumplir pena de prisión en España -aún en el caso de que se le llegue a juzgar y a condenar- porque su edad es mayor a la que fija la legislación para entrar en la cárcel. Los chilenos partidarios de este juicio estarían satisfechos con una sentencia, aunque sea simbólica?
R. Respecto de lo primero, no estoy seguro de que no vaya a ir a prisión. Ha habido versiones de que sólo estaría en condiciones de salir en libertad luego de cumplir un determinado período en prisión. Entiendo que sí. De hecho, con lo avanzado ya están satisfechos. Por lo menos esa es la impresión que han dado -aunque no oficialmente- las dirigentes de las organizaciones de derechos humanos.
P. ¿Cómo se vive la noticia y la tensión creada en la sociedad de Chile?
R. El primer impacto fue muy fuerte, por lo inesperado. A medida que pasa el tiempo, creo que las cosas se han ido tranquilizando. Hay temores por una eventual reacción incontrolada de las Fuerzas Armadas, pero nadie cree que pueda repetirse el golpe de estado y está claro que ello sólo empeoraría la situación de Pinochet. Una encuesta reciente reveló cierto distanciamiento de la mayoría de la opinión pública con el tema.
Un tema que probablemente preocupe a la mayoría es la sensación de que nuestra soberanía como país ha sido avasallada. Pero, como se ha dicho reiteradamente, ello no ocurre ahora, sino desde antes, desde el momento en que Chile mostró que no tenía un orden jurídico claro, que permitiera la denuncia y sanción de todos estos abusos. El propio Pinochet amenazó, antes de dejar su cargo, con que se acababa "el estado de derecho si se tocaba a alguno de sus hombres". Mientras fue Comandante en Jefe del Ejército mostró que tenía capacidad suficiente para movilizar tropas en diversos tipos de despliegues al filo mismo de la ilegalidad, como los llamados "ejercicios de enlace", para hacer sentir su poder e influencia.
En realidad, aunque todavía viviremos algunos meses de tensión, lo que queda claro es que por primera vez nos hemos mirado a nosotros mismos y por primera vez la derecha reconoce los crímenes del régimen que apoyó con tanto entusiasmo. Y, sobre todo, es evidente que la transición no era tal, sino apenas un barniz superficial. Creo que estamos aprendiendo a convivir con nuestras diferencias, sin echarlas debajo de la alfombra, y eso debe ser positivo.
P. ¿Hay miedo de que los militares puedan tratar de impedir de alguna forma el curso de las cosas en Europa?
R. Ya está dicho. Es probable que muchos -o todos- quisieran hacer algo, pero no saben cómo. No tienen cómo.
P. ¿Qué tendrá que pasar (o cuánto tiempo tendrá que transcurrir) para que los chilenos puedan salir después de tantos años de las convulsiones sociales que se arrastran desde el fin de la dictadura?
R. Yo no hablaría de convulsiones sociales que se arrastran desde el fin de la dictadura. Por imperfecta que haya sido nuestra transición, está claro que los problemas sociales han sido mínimos. no somos los tigres o los jaguares que nos inventamos, pero la libertad de que gozamos hoy es incomparable con las tensiones y limitaciones de los años 70 y 80. Es cierto que en las últimas semanas reapareció algún grado de temor, pero también es efectivo que estamos lejos de los dolores y angustias de esos años, cuando estábamos expuestos a cualquier cosa. Es cierto que la legislación laboral es especialmente negativa para los trabajadores, pero incluso así es mejor ahora que en los años de la dictadura.
Obviamente las marcas profundas de estos años, las heridas abiertas antes y durante el régimen militar pueden durar mucho tiempo más. Como dije más arriba, creo que lo que está pasando debe ayudar a que cicatricen más rápido, pero es evidente que hay mucho odio acumulado, probablemente expresión de temores muy profundos y su superación definitiva será un proceso largo y lento.
De hecho, todavía subsiste en algunos sectores la querella entre los partidarios de Bernardo O'Higgins y José Miguel Carrera, dos próceres de antes de 1820. También he contado muchas veces que una tía de mi esposa -pese a ser muy católica- nunca perdonó, hasta su muerte, al Presidente Balmaceda, quien en la Guerra Civil de 1891 fue responsable del asesinato de un grupo de jóvenes opositores, entre los cuales se encontraba un tío de dicha señora....
Hay rencores y dolores que duran por mucho tiempo. Creo que tendremos que aprender a vivir con ellos y, sobre todo, a enfrentar abiertamente nuestras diferencias. El no hacerlo, sólo nos lleva a nuevas crisis, como vemos ahora.
P. ¿Es necesario una reforma de la Constitución para que el país llegue a vivir en una democracia completa o existe ya con la Constitución heredada de la época de Pinochet?
R. Claramente la Constitución de 1980, aunque sufrió algunas modificaciones importantes que hicieron posible el traspaso del poder en 1990, adolece de defectos fundamentales.
El primero y eso hay que recordarlo, es que el plebiscito en el cual fue aprobada fue una verdadera farsa electoral: no había registros electorales y como nunca en Chile se falsificaron resultados, sin contar con que previamente no se pudo hacer una campaña limpia.
Lo segundo es que aquí hay un círculo vicioso: porque hay una democracia imperfecta (senadores designados, quorums altísimos para determinadas reformas, un absurdo sistema "binominal") no se puede reformar la Constitución y se mantiene la situación básica.
Lo único posible es ponerse de acuerdo en una reforma profunda, aprobada mediante plebiscito, pero eso, en el sistema actual es difícil, por no decir imposible.
Abraham Santibáñez Martínez.
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