Un vuelco profundo
Pocas veces un dicho popular se ha visto tan plenamente corroborado por la realidad como acaba de ocurrir en Medio Oriente. Al primer ministro Ariel Sharon el tiro ''le salió por la culata''. A un año y medio del comienzo de la segunda intifada, el aumento progresivo de la violencia del Ejército de Israel contra los palestinos no sólo no los doblegó, sino que esta semana lo hizo acreedor de una fuerte crítica del secretario general de la ONU y un inesperado voto en el Consejo de Seguridad en que se reconoce el derecho a la existencia de un Estado Palestino. Los comentaristas han dicho que para Israel lo del Estado Palestino no es novedad. Que ya hace tiempo su gobierno ha estado dispuesto a darle reconocimiento. Pero nunca, hasta ahora, había logrado un respaldo internacional tan categórico. El nuevo lenguaje de la ONU pone el derecho a la existencia de ambos Estados (el árabe y el judío) en el mismo nivel. Más de 50 años después de la ''partición'' de Palestina y el largo proceso consiguiente, que contó con el constante apoyo norteamericano a Israel, se produjo un vuelco profundo. Fue precisamente Estados Unidos el que impulsó la resolución que oficializa la nueva postura. Más aún, el presidente George W. Bush criticó duramente las recientes acciones militares dispuestas por Sharon: ''Francamente, dijo, lo que los israelíes han hecho últimamente no ayuda a la creación de condiciones para la paz''. El tono, comentó ''The New York Times'', fue notoriamente diferente de la declaración hecha apenas seis días antes, al anunciar el viaje del enviado Anthony Zinni: ''Sus observaciones contenían entonces un llamado cuidadosamente equilibrado a ambas partes del conflicto a cesar de inmediato el derramamiento de sangre''. Ahora la crítica más dura fue para Israel, lo que es un sorprendente cambio de postura, después de medio siglo en que todos los gobiernos norteamericanos se jugaron por la existencia de Israel. Lo que ha pasado es algo simple en un tema sumamente complejo: Sharon colmó la paciencia de amigos y partidarios. Fue él quien detonó la intifada, en septiembre de 2000, cuando se paseó desafiante en la explanada de los templos en Jerusalén. Tal como ha insistido él mismo, esa no fue la causa del levantamiento, pero no cabe duda de que sí fue la chispa fatal. Las tensiones consiguientes le fueron fortaleciendo. Como primer ministro insistió, desde el gobierno, en la línea dura. Hostigó a los palestinos, respondiendo cada atentado suicida con nuevas y más duras represalias. Pero si esperaba imponer una tregua, no lo logró. Hoy el tema es la dignidad de las personas. El extremo fue, sin duda, el trato de los detenidos, interrogados con los ojos vendados y, según se dijo, marcados con un número para identificarlos mejor. Medida práctica esta última, pero que recuerda de manera siniestra lo ocurrido en los campos de concentración del nazismo. También en la semana pasó lo que tenía que pasar: un fotógrafo italiano fue muerto en medio de los combates. Y si se plantea la pregunta habitual: ¿por qué arriesgar la vida?, la respuesta llegó casi simultáneamente. Un fotógrafo aficionado, desde su departamento, captó la dramática secuencia de la muerte de un joven palestino, Mahmud Salah. Sospechoso de ser un terrorista suicida, fue detenido, desnudado y, sin razón aparente, ejecutado por soldados de Israel. El episodio debería ser tomado como una advertencia de que esta vez se ha llegado a una situación límite. Es lo que debe meditar el primer ministro Sharon.
Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 16 de marzo de 2002 |