La vuelta de Carlitos

Convencido, por lo que ha repetido, de que ‘‘lo que no me mata, me agranda’’, Carlos Menem no perdió tiempo después de ser liberado por la Corte Suprema de Argentina.

Al día siguiente del fallo que puso fin al proceso en su contra por la venta ilegal de armas al exterior, el ex presidente cumplió un intenso programa: tras visitar la tumba de su hijo y al todavía detenido general Martín Balza, emprendió vuelo en su avión privado a La Rioja. Allí fue recibido por sus admiradores -según ‘‘La Nación’‘, llegaron a caballo, en bicicleta o simplemente a pie- en una triunfal jornada. En el trayecto del aeropuerto, conforme la misma versión, se le veía ‘‘sonriente, a ratos eufórico’’, mientras le ofrecían ‘‘comida casera’’ y sidra, que aceptó con gusto.

Esa misma tarde, en un acto multitudinario, proclamó su candidatura a la presidencia en el 2003.

Pese a sus dos períodos presidenciales y a una evidente popularidad, el camino no será fácil. La veneración de los riojanos no es compartida por todos los argentinos. Ni siquiera por todos los justicialistas. Los meses de encierro en San Torcuato abrieron (¿o hicieron visible?) una brecha con quienes aspiran a reemplazarlo como líder en su propio partido. Apenas unos días antes, el sábado 10 de noviembre, el congreso del Justicialismo le quitó todas las facultades políticas, dejándole sólo las atribuciones administrativas. La intención parece clara: convencerlo de que no debería encaminar nuevamente sus pasos a la Casa Rosada. En vez de ello, se le propone el papel de patriarca respetable y respetado, capaz de cohesionar a la colectividad y prepararla para el retorno al poder... con otras figuras.

La libertad de Menem, saludada con alborozo por sus partidarios, significó que la lucha dentro del Justicialismo, hasta entonces oculta entre bambalinas, se hizo pública y notoria. Todos los presidenciables, empezando por Menem, siguiendo con Eduardo Duhalde hasta otros de perfil menor como Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann han debido enfrentar cámaras y micrófonos ávidos de cualquier atisbo de discordia. Tal vez por eso, Menem, sin duda el peso más pesado en este ring, ha dicho que lo primero es definir el programa del futuro gobierno, antes de la ‘‘interna’’, que debe elegir formalmente al candidato. Lo segundo, por sorprendente que parezca, es su insistencia en que esta es hora de apoyar al presidente Fernando de la Rúa. En un resumen de sus puntos de vista, el diario ‘‘Clarín’’ citó a ‘‘un hombre del entorno de Menem’’ quien aseguró que, en medio de la borrasca económica, al revés de algunos sectores justicialistas, Menem cree que a De la Rúa debe permitírsele terminar con normalidad el período para el cual fue elegido.

Es evidente que esta visión es compartida en la Casa Rosada. Pese a la acumulación de problemas y a las malas evaluaciones del ‘‘riesgo país’’, el gobierno cree que la situación se va a superar. En esta perspectiva, los análisis del gobierno, según la prensa argentina, coinciden en que la liberación de Menem resultará favorable para la tranquilidad económica. Ello se debe, en parte fundamental, al efecto moderador de su presencia frente a Eduardo Duhalde, quien ha liderado la oposición más dura, especialmente desde las gobernaciones provinciales.

Hasta aquí -salvo, claro, el propio Duhalde- parece que, como en el antiguo juego de azar: ‘‘Todos ganan’’.

Publicado en El Sur de Concepción el 24 de noviembre de 2001